Amistad con la Amistosofía 33
El sentimiento dramático de la
vida
Federico llegó complacido a
casa. Había adquirido unos tomates grandes , exuberantes, de un rojo granate
muy especial. Llegó a casa justo a tiempo para la merienda , un desayuno
tardío , relajado. Puso el precioso hallazgo en manos de Guillermina, su mujer
La señora abrió con premura el paquete y advirtió , de inmediato, grandes
manchas obscuras en varios de los muy entusiastas vegetales. Vaciló un
momento, estaba feliz de ver el gozo de su marido con la reciente adquisición,
pero le parecía intolerable el engaño de verdulero . No hizo comentarios,
beso con alegría a su marido , pero luego , discretamente , partió al
teléfono y quiso marcoar el número del verdulero para increparlo. No alcanzó
a hacerlo. En ese momento, llamaron y escuchó la voz anhelante de una amiga
que le comunicaba que estaba embarazada.
Al felicitarla, sintió que
algo se despejaba, la aflicción por los tomates se iba alejando como una
nubecilla errática. Algo la impulsó a abrir su cuaderno de notas y escribir.
Parecía que una mano del más allá le dictaba: cuando uno dramatiza lo
cotidiano , va dejando de escuchar ese leve murmullo del consueta del teatro
grande , el que está detrás de los tomates , los desayunos, los embarazos, el
guión tenue, profundo que vamos desarrollando entre dos movimientos de telón
.
Apenas probaron uno de los tomates, pero pudieron ir a
devolverlos al verdulero con un talante parecido al del desayuno, escuchando el
levísimo mensaje del teatro de fondo.
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