UN DIA FELIZ
Nicanor Parra
A recorrer me dediqué
esta tarde
las solitarias calles
de mi aldea,
acompañado por el buen
crepúsculo
que es el único amigo
que me queda.
Todo está como
entonces, el otoño
y su difusa lámpara de
niebla,
sólo que el tiempo lo
ha invadido todo,
con su pálido manto de
tristeza.
Nunca pensé, creédmelo,
un instante
volver a ver esta
querida tierra,
pero ahora que he
vuelto no comprendo
cómo pude alejarme de
su puerta.
Nada ha cambiado, ni
sus casas blancas
ni sus viejos portones
de madera.
Todo está en su lugar;
las golondrinas
en la torre más alta
de la iglesia;
el caracol en el
jardín, y el musgo
en las húmedas manos
de las piedras.
No se puede dudar,
éste es el reino
del cielo azul y de
las hojas secas,
en donde todo y cada
cosa tiene
su singular y plácida
leyenda,
y hasta en la propia
sombra reconozco
la mirada celeste de
mi abuela.
Estos fueron los
hechos memorables
que presenció mi
juventud primera,
el correo en la
esquina de la plaza
y la humedad en las
murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío!
nunca sabe
uno apreciar la dicha
verdadera,
cuando la imaginamos
más lejana
es justamente cuando
está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!,
algo me dice
que la vida no es más
que una quimera;
una ilusión, un sueño
sin orillas,
una pequeña nube
pasajera.
***************
A estas alturas siento
que me envuelve
el delicado olor de
las violetas
que mi amorosa madre
cultivaba
para curar la tos y la
tristeza.
Cuánto tiempo ha
pasado desde entonces
no podría decirlo con
certeza.
Todo está igual,
seguramente,
el vino y el ruiseñor
encima de la mesa,
mis hermanos menores a
esta hora
deben venir de vuelta
de la escuela:
¡sólo que el tiempo lo
ha borrado todo
como una blanca
tempestad de arena!
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