De Post Modernos a Post
Egóticos 8
La Identidad Politizada
La identidad, politizada
desde siempre, se ha radicalizado a partir del enfrentamiento de etnias y
culturas. El misoneísmo ancestral, el rechazo al extraño, es inseparable de la
exaltación de lo propio. La antigua Yu-goslavia, Ruanda y el país Vasco son
testigos de la violencia, la intransi-gencia, el espíritu sectario a que pueden
llegar las luchas de este cariz. La alternativa es, lejos de intentar quitar
relevancia al tema contingente, el profundizar en el mismo. El politizarlo más.
La identidad humana hunde su complejidad en el misterio del yo, en la zona
obscura donde confluyen la espiritualidad, el cuerpo, el yo y sus involucramientos,
las corrientes culturales, la socialización. De la falta de una maduración
colectiva, del sentido común, valórica, epistemológica y emocional, deriva el
autoritarismo y las adscripciones fanáticas a sectas, etnias, movimientos
religiosos, personalistas e ideológicos.
Nuestra cosmovisión
aristotélica, en su principio del tercero excluido, nos pone en la disyuntiva
de vernos, los humanos, o como seres autónomos o en condición de participantes
en una realidad, o en realidades, más inclusivas. Lo cierto es que vivimos
nuestra consciencia, nuestro yo, como indudablemente nuestros, pero no podemos
negar que somos parte de un proceso universal que nos desborda. Estamos en
situación de asumirlo reflexionando, integrando la historia del universo, del
planeta, de la vida, pensando antropológicamente. Lo tenemos como experiencia
directa, remecedora, cuando, sumidos en una coincidencia significativa,
quedamos envueltos en una racionalidad que nos hace partes de un evento más
allá de cualquier acto voluntario, en que los bordes de nuestra identidad estén
muy precisos. Por ejemplo, se da en forma inesperada, inexplicable racionalmente
en el supuesto de absoluta separación entre nosotros y el resto de la realidad,
el tener oportunidad de conocer una persona o un lugar que hemos visto en forma
anticipada, en todos sus detalles, en un sueño.
Autonomía y
participación... dimensiones coexistentes, cuánticas, de nuestra identidad, que
no son asumidas habitualmente en la dialéctica de su interacción y su
coexistencia en el análisis, en la confrontación, entre los globalizadores del
dinero y los celosos conservadores de fortalezas culturales.
Hay otra aparente
dicotomía, cercana a la anterior. Es la que distin- gue entre identidad
existencial e identidad de pertenencia. Es la distinción entre la identidad
experienciada y aquella que apunta a asociaciones exter- nas, del tipo del
curriculum, la ocupación, la familia. Recuerdo mi primer contacto con una
comunidad hippie, en San Francisco, en la epifanía del 68. Por vía de
presentación, se me hace sentar en un círculo donde el grupo está armando un
libro y se me pregunta: ¿Cómo te sientes? Nada de títu- los, de pasos
anteriores. ¿Qué es lo más tuyo? Es la identidad directamente vivida, a
diferencia de la decantada a través de nuestras obras y com- promisos, de la
mirada externa. Esa especie de segunda piel prescindible que empieza en el
llamado “documento de identidad”. El huracán de cam- bios contemporáneos tiende
una polvareda de acuerdos sobre destrezas y movimientos que sólo rozan la
identidad de pertenencia, y mantienen oculta, sólo reconocible en momentos
especiales de intimidad, a la identidad de existencia.
La identidad, en
cualquiera de sus caras e interacciones, tiene una dialéctica, una dinámica de
centralidad y de difusión, de procesos centrípetos y centrífugos. En el alud de
los cambios externos de la modernidad, la voracidad del mercado publicitario y
el ritmo febril, caso cancerígeno de las innovaciones y obsolescencia,
imposibilitan toda posible política de cuidados en torno a la necesidad de
equilibrar la preservación de la identidad junto a la apertura de consciencia,
a la evolución. El integrismo, lo consevador, rigidifica; el mercado, la
modernidad, difunden, vacían. La identidad politizada en un sentido
humanizador, tiene coherencia y conti- nuidad y, a la vez, apertura, porosidad,
apetencia de contactos, diálogos, apertura del imaginario.
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