El Egoísmo 5
La egoemia 4
La codicia
La Gallina de los Huevos de Oro
La
codicia refleja una alta egoemia
Es
tema de la vida diaria, de la psicología individual y social, del desarrollo
personal, del sentido común, de la
politica, de la ética, de las visiones
del desarrollo humano, de la salud integral.
Se apunta a ella en estereotipos, en creencia
populares, en tradiciones espirituales,
en cuentos, novelas, obras de teatro, en fábulas.
Entre las fábulas es bien conocida la de La Gallina de los
Huevos de Oro. Es atribuída al
legendario Esopo y , ente otros, crearon
versiones Samaniego y La Fontaine.
En mi libro Fábulas Abiertas, asocio la avaricia con el poder, el auto
centrado, en relación a la egoemia de un personaje inclinado al oro.
PODER
Con qué placer iba a
recibir los huevos de oro. El paso felino, raudo, alado, lo conducía, al primer
atisbo de sol matinal, hacia el lecho próximo, en cuyos pies relumbraban los
huevos dorados, mientras la gallina cubría una cara extenuada y pretendía
dormir.
Los tocaba, inquieto, tal vez furtivo, el rabillo
del ojo en su acompañante, dama de pasado nebuloso, amenazante, incoloro.
Los dedos
traían, pronto, las noticias reconfortante habituales, todo en su sitio, la
dureza, el frío, el contorno del metal noble.
Ahora, el reconocimiento reprimido a la gallina,
madre escultora.
Rápido, la certeza del sigilo, la reserva absoluta,
la complicidad del silencio en la carrera hacia el escondite secreto.
Allí,
centelleando, la algazara espectral, hierática, la danza coagulada de los
huevos de oro en colección fabulosa. Cascadas de risa anaranjadas, imponentes.
Sabor gratísimo de tener, ansiedad de palpar ahora con las manos, los brazos,
los pies, los codos, las orejas palpitantes, Oro.
Codicia de
paladear solo, infinitamente solo.
Lejanos, deseos de urgir más a la gallina. Si
pudiera saber cómo había aprendido este arte. Cómo persuadirla a contar, a dar
cuerpo a su pasado fantasmal.
Algún día ella moriría y se llevaría su secreto, el
origen de su talento para poner huevos de oro. Tal vez, si la llevara al médico
amigo.
Un examen.
Aunque no colaborara. La sabiduría de su amigo, el ir arrancando tierra de
recuerdos de ese vacío asfixiante, abisal hasta lo mortecino.
Sintió una extraña opresión, como el recibir una
mirada con resolana, de un fulgor pálido y a la vez terebrante. Por un momento
creyó verla a ella, como en ese primer encuentro, turgente, magnánima, próxima.
Ella allí, sin estarlo realmente, pero luego fue un
leve murmullo en la macicez del oro y una sombra esquiva en el matiz del
amarillo.
Cuando la solidez de la mañana, en un instante, le
ayudó a tomar su propio centro, y miró, ávido, codicioso, desesperado, en
paroxismo, tenia ante si una enorme, una estupenda colección de huevos de gallina.
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