viernes, 4 de septiembre de 2015

Revista Co Incidir Septiembre 2



Revista Co.Incidir 19
     Septiembre 2015
Segunda parte

Palabras e imágenes donde se encarnan sentires amistosos, deseos de diálogo entre quienes, transitando por caminos sociales, por puentes interpersonales, por búsquedas interiores, por los rigores de la ciencia, por desfiladeros filosóficos, por los horizontes espirituales, por senderos metafísicos, por jardines poéticos, por  el compromiso con el juego de los niños… van  anhelando y construyendo una  cultura  de paz, de justicia, de armonía  con la naturaleza, de relevancias  del sentido.

¡Bienvenido Septiembre del  2015, bienvenido a co.incidir en un mundo azul! El que se va formando, a pesar de todo…


Sebastián  Fuentes

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FÁBULA DE CONEJO, CONCIENCIA  Y ALGUNOS AMIGOS

I
ba Conejo avanzando alegre por la espesura del monte en primavera cuando de pronto se encuentra con una interesante conversación que sostenían Añañuca y Chagual.  La joven flor le preguntaba curiosa al viejo bromélido:

-¿Es cierto eso que se comenta, que existe tal cosa llamada Miedo?
Chagual, asentado en su sabiduría responde en tono sereno:
-Así dicen, nunca lo he visto, pero muchos afirman que existe realmente.
Añañuca abre sus pétalos e inquiere ávidamente:
-¿Cómo es? ¿Qué colores tiene? ¿Cómo huele? ¿Es frío? ¿Cómo es su tallo? ¿Es ácido?
Descripción: C:\Users\MariaAlicia\Documents\Mis Documentos\AZULES\COINCIDIR\coincidir19\LEONOR PEREZ\espereranza.jpgChagual, que hasta el momento parecía controlar la situación, se vio inundado de preguntas que dudaba poder contestar, y notoriamente rendido contestó humilde:
-No lo sé Añañuca, quizá pueda responderte una vez que florezca y alcance mayor altura.
En ese momento interrumpió Conejo muy animado:
-¡Yo les puedo responder!
Ambos abrieron sus poros y escucharon atentamente.
-Miedo aparece cuando sientes un gran peligro, se te aprieta la barriga, te llenas de energía y huyes velozmente, luego de algunos minutos Miedo se va.
Añañuca y Chagual pidieron más explicaciones, detalles y ejemplos, pero a pesar de las dedicadas respuestas de Conejo, no logró despejar las dudas y enfatizó:
-Es cuando la cosa no va bien, cuando sientes que todo puede ir muy mal y debes evitarlo, ¿entienden?
Añañuca preguntó:
-¿Y qué es Bien?
Mientras Chagual agregó:
-¿Y qué es Mal?
Conejo se animaba a responder inmediatamente, pero guardó silencio y tras cavilar unos segundos comentó:
-No lo sé. He escuchado que existe Bien y Mal, pero sinceramente desconozco qué son. Tal vez Mal es que Miedo se quede para siempre, no lo soportaría pues no podría comer una hierba siquiera. Tal vez Bien sea que Miedo no vuelva jamás, y que Tiuque, Zorro ni Humano existieran. Pero hay humanos muy buenos...- Culminó dubitativo.
El bromelia y la flor quedaron completamente confundidos. Conejo decidió preguntar a un humano y prometió volver con una respuesta convincente para Chagual y Añañuca.
Conejo se acercó a Renata, una mujer muy bondadosa que habitaba una cabaña a los pies del monte. Renata acostumbraba hablar amorosamente a Conejo al verlo, frecuentemente le dejaba frescas frutas y hortalizas a la entrada de su madriguera. Miedo nunca aparecía cuando estaba cerca de ella. Conejo pensó:
-Ella debe saber qué es Bien, y quizá tenga alguna idea sobre Mal.
Cuando Renata escuchó la pregunta de Conejo sonrió tiernamente y respondió con gran dedicación:
-Bien y Mal son hermanos, no existe uno sin el otro.
Conejo comenzaba a confundirse, pensó que Mal podía estar cerca, y por primera vez sintió miedo en compañía de Renata, pero se calmó cuando ésta prosiguió:
-Bien te ayuda a tomar mejores decisiones, mientras que Mal te ayuda a encontrar a Bien, pero finalmente ambos dependen de Conciencia, que habita dentro de cada persona y en especial dentro de Cultura y Sociedad. Conejo pensó:
-¿Decisiones? ¿Bien y Mal juntos? ¿Cultura? ¿Conciencia?
Y replicó:
-¿Qué es Conciencia, Renata?
Renata sabía que debía dar una respuesta comprensible para Conejo, y con su mejor esfuerzo dijo empáticamente:
-Conciencia es todo aquello que cabe dentro de ti, es el espacio que albergas para percibir el mundo que te rodea y a ti mismo.
Conejo respondió muy animado otra vez:
-¡Hierba, Calor, Hambre, Miedo! ¿Todo eso es mi Conciencia?
-Así es- Respondió amorosamente Renata. Conejo recordó la pregunta de Añañuca, quien sólo pensaba en tamaño, temperatura, aromas y colores.
-¡Ya tengo la respuesta!- exclamó Conejo. Pero algo faltaba y volvió a preguntar:
-No comprendí lo de Bien y Mal, ni lo de Cultura, pero hay algo aún que quiero saber, ¿cómo es que tú y los humanos lo comprenden y yo no?
Renata se conmovió ante esa pregunta, percibió la tibieza de su espalda al calor del sol de primavera, pensó en el mundo, sintió pena, luego rabia e impotencia, apareció Miedo… Su corazón latió más lento mientras comenzaba a experimentar un sentimiento de esperanza, y finalmente respondió a Conejo:
-Querido Conejo, no todos los humanos comprenden a Conciencia, a algunos sólo les interesa sus emociones, deseos y conseguir bienes materiales a cualquier costo, otros buscan convencer al resto sobre Bien y Mal, a otros sólo les queda sobrevivir buscando alimento y abrigo, y otros quieren cambiar radicalmente a Sociedad a través de múltiples leyes, o emprenden todo tipo de protestas y movilizaciones, algunas con violencia. Pocos se detienen a pensar el espacio que permiten a Conciencia, el cual siempre puede crecer. El resultado de todo esto es mucho conflicto, dolor y sufrimiento, imagina a Miedo engrandecido por mil Rabias y diez mil Tristezas. 
Conejo se estremeció. Renata sonrió y le dijo con Ternura:
-Conejo, Conciencia toma Tiempo en abrirse espacio en el interior de los seres, y su principal herramienta es Amor.
Por primera vez Conejo se dejó acariciar por Renata.
Florencia Vázquez
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RECUERDOS DE MI PADRE; NICOMEDES GUZMÁN

L
ejos está el tiempo de mi niñez, sin embargo los recuerdos perduran nítidos en mi mente. Como el recuerdo de esas gélidas noches  invernales, cuando  acompañada de mis hermanos mayores, Oscar y Ximena, llevábamos a cabo el ritual de encender un gran fuego con carbón de espino en el brasero de latón.  Este calor inundaba la casita de no más de 50 metros cuadrados.
El brasero se encendía en el patio, bajo el cielo estrellado. Al soplar sobre el carbón encendido para avivar las llamas, ascendían chispas que, en mi imaginación, iban a juntar su brillante luz con la de las estrellas lejanas.
Mi padre en ocasiones nos acompañaba, contándonos de las constelaciones, de las Tres Marías, la Cruz del Sur, aventurando que algún día el hombre iba a llegar a la luna, lo que efectivamente ocurrió años más tarde. Todo esto era un preparativo para propiciar un ambiente más acogedor, pues mi padre se aprontaba a pasar la noche escribiendo capítulos de sus novelas, o la crítica a algún novel escritor o alguna crónica para Las Ultimas Noticias o El Siglo.
Después de una frugal cena nos íbamos a dormir. Sin embargo, transcurridas algunas horas yo solía despertar con el tecleo de la Underwood de mi padre. Una noche de aquellas me sorprendió hallar junto al brasero de llamas extinguidas, pero aún con un tibio rescoldo, a un niño de unos diez años, de pelo claro y ensortijado, apenas vestido con unos raídos pantalones cortos y calzado con viejos zapatos, casi una pura suela,  que sujetaba con cordones atados a sus pies. Se notaba la humedad de sus ropas, pues esa noche había llovido. A su lado un hermoso perro de abundante pelaje también húmedo se ovillaba apegado al brasero y al cuerpo del chico, prodigándose mutuo calor. Con toda seguridad, este niño había golpeado la puerta y don Oscar, conocido en el barrio por su gran generosidad, le había servido un plato de sopa caliente, pan y leche. Y lo había invitado a pasar la noche acurrucado sobre la gastada alfombra que cubría el piso. Después de esa noche, se hizo frecuente que el muchacho llegara a dormir a nuestra casa, siempre acompañado por su inseparable perro.
Ya lo mencioné: mi padre era un ser tremendamente generoso y tierno. En esos inviernos interminables y tan duros de ese tiempo, solía pasar por la calle el vendedor de mote, castañas y camotes cocidos. Una capa negra cubría de pies a cabeza a este hombre que pregonaba en medio de la noche sus productos siempre calientes. Empuñaba un farol que proyectaba sobre su figura una luz titubeante iluminándola en ráfagas que se confundían con las gotas de la tupida lluvia. Cuando mi padre contaba con un poco de dinero y escuchaba el pregón característico que nos despertaba al alba, llamaba al vendedor  a su lado e inquiría, después de saludarlo, cuánta mercadería le quedaba en el gran canasto de mimbre. Al escuchar la respuesta, le decía con voz impregnada de ternura y convicción: “Se la compro toda para que se vaya a su casa ¡Está usted calado hasta los huesos!”







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