La Complementariedad entre lo Poético y
lo Prosaico 12
Segunda parte de discurso de aceptación
del premio Nobel de Wyslawa Szymborska
No hay mucha
gente semejante a los poetas. La mayoría de la población mundial trabaja para
sobrevivir. Trabajan porque tienen que hacerlo. Ellos no eligieron tal o cual
trabajo, las circunstancias las eligieron por ellos.
Trabajo sin
amor, trabajo aburrido, trabajo valioso solo porque otros no lo tienen. Aunque
sin amor y aburrido, esta es una de las más duras miserias humanas. Y no hay
signos de que en los próximos siglos mejorarán las condiciones del presente.
Aunque les
quito a los poetas el monopolio de la inspiración, los ubico en el
selecto grupo de los afortunados.
Aquí es donde
pueden despertarse las dudas en el auditorio. Toda clase de torturadores,
dictadores, fanáticos y demagogos pelean por el poder vía ‘slogans’
altisonantes y también disfrutan de sus deberes con fervor creativo. Sí,
‘saben’. Saben y todo lo que saben es suficiente para ellos por siempre. No
desean averiguar nada más porque podría debilitar la fuerza de sus argumentos.
Y toda ciencia que no saca a la luz preguntas nuevas, pronto se convierte en
ciencia muerta, pierde la temperatura apropiada para la vida. En los casos
extremos, casos bien conocidos desde la historia antigua y moderna, aún supone
una amenaza letal contra la sociedad.
Esta es la
razón por la cual valoro esta frase: “No sé”. Es pequeña, pero vuela sobre alas
poderosas. Expande nuestras vidas para incluir los espacios dentro de nosotros,
además de esas expansiones externas en que nuestro pequeño planeta está
suspendido.
Si Isaac Newton
nunca hubiese dicho “no sé”, la manzana en su pequeño huerto habría caído al
suelo como granizo y en el mejor de los casos la habría recogido y engullido
con entusiasmo.
Si mi
compatriota Marie Sklodowska-Curie nunca se hubiera dicho “no sé”, lo más
probable es que ella habría terminado enseñando química en alguna universidad
privada para jovencitas de buenas familias y habría terminado sus días
realizando, por lo demás, este respetable trabajo.
Pero ella
continuó diciendo “no sé”. Y esas palabras la encaminaron, no una sino dos
veces a Estocolmo, donde los espíritus inquietos y cuestionadores son
ocasionalmente galardonados con el Premio Nobel.
Un poeta, si es
un verdadero poeta, debe repetirse también: “yo no sé”. En cada nuevo poema él
trata de contestar, pero a cada punto final una nueva duda lo invade, una nueva
pregunta, y la convicción de que se trata una vez más de una respuesta provisional
e insuficiente. Entonces él vuelve a empezar una vez más, hasta que un día los
doctores en letras ponen en un enorme clip todas las pruebas de su
insatisfacción y le llaman “su obra”.
A veces sueño
con situaciones imposibles, imagino por ejemplo, en mi insolencia, que tengo la
ocasión de hablar con Eclesiastés, el autor del lamento más conmovedor por la
vanidad de todas las acciones del hombre. Haría una reverencia profunda ante
él, ya que para mí es uno de los poetas más importantes, y lo tomo de la mano.
“Nada nuevo bajo el sol”, dijiste Eclesiastés, sin embargo tú has nacido nuevo
bajo el sol. Y el poema escrito por ti es nuevo bajo el sol ya que antes de ti
nadie lo había escrito. Y nuevos bajo el sol son todos tus lectores ya que
¿podrían ellos haberlo leído antes que tú? De la misma manera, el cedro a la
sombra de la cual estás sentado no crece desde el alba del universo. Él fue
engendrado por otro cedro parecido al tuyo, pero no el mismo. Y me gustaría
preguntarte, ¿sientes deseos de escribir algo nuevo bajo el sol?, ¿algo que
completara tus reflexiones?, o bien, ¿tendrías deseos, a pesar de todo, de
refutar algunas? En tu gran poema no has olvidado la felicidad ¡qué
importancia, en el fondo, que ella sea pasajera! ¿Y si en tu próximo poema,
nuevo bajo el sol, le fuera consagrada?, ¿ya has tomado las primeras notas,
hecho los primeros borradores? No puedes decirme ahora "ya lo he dicho
todo, no tengo nada más de qué hablar". Ningún poeta en el mundo puede
decir algo así, y menos aún tú, grande como eres.
Porque el
mundo, pensemos lo que pensemos, pasmados por su inmensidad y por el
espectáculo de nuestra impotencia, llenos de amargura frente a una indiferencia
en relación con aquellos que sufren, humanos, animales, plantas tal vez (porque
quién puede garantizarnos que ellos no sufren); pensemos lo que pensemos de
esos espacios infinitos atravesados por el esplendor de las estrellas alrededor
de las cuales descubrimos hoy nuevos planetas; y a pesar de lo que podamos
decir de este inconmensurable teatro al cual nos dan una entrada que es válida
por un tiempo tan efímero; a pesar de todo lo que podamos pensar, este mundo
nos es asombroso.
Sin embargo en
esta palabra, asombroso, una trampa lógica nos acecha. Nos asombramos de las
cosas que se apartan de una norma conocida y generalmente aceptada, y a la cual
estamos acostumbrados. Pero no existe ningún mundo normal y evidente. Nuestro
asombro es autónomo y no procede de ninguna comparación.
De acuerdo a
nuestro lenguaje ordinario que no se pregunta sobre cada palabra empleada,
nosotros decimos “vida ordinaria”, “mundo ordinario”, “orden normal de las
cosas”. Pero en el lenguaje de la poesía, donde cada palabra es cuidadosamente
empleada, nada nunca es ordinario ni normal. Ni una piedra, ni una nube. Ni un día,
ni una noche. Y sobre todo ninguna minúscula existencia en este mundo.
Todo indica que
los poetas tendrán siempre muchísimo trabajo.
Traducción: Antonio Salinas y Justyna Ziardowska (El
Extramundi N° XI, 1997)
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