miércoles, 14 de octubre de 2015

La complementariedad de lo Prosaico y lo Poético 10

 La Complementariedad entre lo Prosaico y lo Poético 10

Pensamiento y Poesía

Del  libro Filosofía y Poesía de María Zambrano
Tercer y última parte

Hay que salvarse de las apariencias, dice el filósofo, por la unidad, mientras el poeta se queda adherido a ellas, a las se­ductoras apariencias, ¿Cómo puede, si es hombre, vivir tan disperso?
Asombrado y disperso es el corazón del poeta -"mi cora­zón latía, atónito y disperso"-. No cabe duda de que este primer momento de asombro, se prolonga mucho en el poe­ta, pero no nos engañemos creyendo que es su estado perma­nente del que no puede salir. No, la poesía tiene también su vuelo; tiene también su unidad, su trasmundo.
De no tener vuelo el poeta, habría poesía, no habría palabra. Toda palabra requiere un alejamiento de la realidad a la que se refiere; toda palabra es también, una liberación de quien la dice. Quien habla aunque sea de las apariencias, no es del todo esclavo; quien habla, aunque sea de la más abiga­rrada multiplicidad, ya ha alcanzado alguna suerte de unidad, pues que embebido en el puro pasmo, prendido a lo que cam­bia y fluye, no acertaría a decir nada, aunque este decir sea un cantar.
Y ya hemos mentado algo afín, muy afín de la poesía, pues que anduvieron mucho tiempo juntas, la música. Y en la mú­sica es donde más suavemente resplandece la unidad. Cada pieza de música es una unidad y sin embargo sólo está com­puesta de fugaces instantes. No ha necesitado el músico echar mano de un ser oculto e idéntico a sí mismo, para alcanzar la transparente e indestructible unidad de sus armonías. No es la misma sin duda, la unidad del ser a que aspira el filósofo a esta unidad asequible que alcanza la música. Por el pronto esta unidad de la música está ya ahí realizada, es una unidad de creación; con lo disperso y pasajero se ha construido algo uno, eterno. Así el poeta, en su poema crea una unidad con la palabra, esas palabras que tratan de apresar lo más tenue, lo más alado, lo más distinto de cada cosa, de cada instante. El poema es ya la unidad no oculta, sino presente; la unidad realizada, diríamos encarnada. El poeta no ejerció violencia alguna sobre las heterogéneas apariencias y sin violencia algu­na también logró la unidad. Al igual que la multiplicidad pri­mero, le fue donada, graciosamente, por obra de las carites.
Pero hay, por el pronto, una diferencia; así como el filósofo si alcanzara la unidad del ser, sería una unidad absoluta, sin mezcla de multiplicidad alguna, la unidad lograda del poeta en el poema es siempre incompleta; y el poeta lo sabe y ahí está su humildad: en conformarse con su frágil unidad logra­da. De ahí ese temblor que queda tras de todo buen poema y esa perspectiva ilimitada, estela que deja toda poesía tras de sí y que nos lleva tras ella; ese espacio abierto que rodea a toda poesía. Pero aun esta unidad lograda aunque completa, parece siempre gratuita en oposición a la unidad filosófica tan ahincadamente perseguida.
El filósofo quiere lo uno, porque lo quiere todo, hemos di­cho. Y el poeta no quiere propiamente todo, porque teme que en este todo no esté en efecto cada una de las cosas y sus matices; el poeta quiere una, cada una de las cosas sin restricción, sin abstracción ni renuncia alguna. Quiere un todo desde el cual se posea cada cosa, mas no entendiendo por cosa esa unidad hecha de sustracciones. La cosa del poeta no es jamás la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa comp­lejísima y real, la cosa fantasmagórica y soñada, la inventa­da, la que hubo y la que no habrá jamás. Quiere la realidad, pero la realidad poética no es sólo la que hay, la que es; sino la que no es; abarca el ser y el no ser en admirable justicia caritativa, pues todo, todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha podido ser jamás".
 (MARÍA ZAMBRANO: Filosofía y Poesía, México, F.C.E., 87, pp. 13-25).





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