Entre la
Separación y la Integración 31
Los arquetipos
de la salud , autónomos e integrados.
Hemos conversado sobre Quirón, dios de la empatía, de la dedicación
y la formación y de Higia, la diosa
de bajo perfil, antes y ahora, porque representa la hjgiene, la promoción,
la prevención, el buen vivir, marginales
ante el espejismo del momento fugaz,
de las cosas. Ahora , Panacea, el
horizonte utópico, la búsqueda de lo
ideal, de la perfección, de lo
medicinal definitivo y para todos.
PANACEA,
Se entiende generalmente por
panacea la fantasía de un remedio universal, un medicamento capaz de enfrentar
cualquier tipo de enfermedades. En un sentido más amplio, es un término que se
emplea para indicar, por extensión, que algo —o alguien— está en condiciones de
solucionar en forma absoluta y, en todas las circunstancias, cierto tipo de
problemas.
Así,
por ejemplo, en algún momento se habló de la cortisona como una droga
“milagrosa”, una panacea infalible para una serie de males. En la acepción más
amplia, la aplicación se da, entre un sin fin de oportunidades, cuando, en el
campo laboral, se apunta a la integración, el control adecuado, las relaciones
humanas o la recreación conjunta, como resortes infalibles, panaceas frente a
cualquier dificultad, por grande que sea.
Panacea
es el nombre de una diosa griega. Se la ubica de Esculapio, como parte del
conjunto de deidades de la salud. Figura en el juramento Hipocrático “…Juro por
Apolo, médico, por Esculapio, por Higia y Panacea, por todas las diosas…”.
Sabido es que en la mitología griega se le atribuían poderes en relación a la
salud a todos los dioses, empezando por Zeus, el supremo.
Atenea
la sabia, tenía naturalmente, muchas relaciones con el ámbito de la salud y
hasta, explícitamente, se la identificó con Higia. Sin embargo, el mismo
juramento diferencia algunas figuras y
existe un juego de funciones, de “territorios” en los que se dan los
“responsables” (los trabajadores de la salud en el mundo de los dioses), que son
encabezados por Apolo, el sol, la afirmación del equilibrio, el célebre
centauro Quirón, su discípulo Esculapio, la figura, fundante, mítica, de la
profesión médica, Higia, antecesora de la “Salus” romana, Telésforo, el dios de
la convalecencia, Eleitia, protectora de los nacimientos, Macaón y Polidario,
hijos de Esculapio, presuntos fundadores de la cirugía y la medicina interna,
respectivamente, y Panacea, la diosa que complementa a Higia, la del
tratamiento, la curación por yerbas medicinales.
Panacea
fue una diosa menor en un contexto en que todos los grandes dioses participaban
de dotes y atributos concernientes a la salud y, en que Apolo y Esculapio eran
los actores más relevantes en el dominio más específico de la salud –
enfermedad. Sin embargo, paradojalmente, su simbología perdura y pareciera
representar lo que se espera de los poderes últimos.
En
la Edad Media, la diosa griega fue asimilada a las búsquedas de los
alquimistas, a las investigaciones en pos de los secretos de la piedra
filosofal y la eterna juventud. Hubo varias plantas que fueron consideradas, en
distintos momentos, como “panaceas” para todos los males, medicinas
universales.
En
nuestro propio siglo se dio un hibridaje entre este símbolo de remedio poderoso
y el mundo de los visionarios y profetas, a través de una secta inglesa llamada
Panacea, identificada con el legado de una mística, Jane Southcoat, que fue
buscado después de su muerte como gran “panacea” para los males contemporáneos.
Panacea,
es, más allá de los datos históricos, como todo contenido mitológico, una
expresión de lo que es la conciencia y las necesidades humanas. Panacea es un
contenido vivencial que emerge en la dinámica de las personas y las sociedades,
la representación del gran recurso mágico, el satisfactor que no puede fallar,
la fantasía que nuestras fantasías no tengan límite en su actualización.
Psicológicamente,
las panaceas surgen de nuestra incapacidad de aceptar de que existan
necesidades que no podemos satisfacer, de nuestro deseo de contar con formulas
simples para salir airosos de todos los problemas. Nunca abandonaremos del todo
la esperanza de que no existan enfermedades incurables, de que el pasado pueda
ser “sobre pasado”, que el tiempo y la muerte cambien su naturaleza opresiva.
Queremos en lo más inmediato, caminos simples, garantizados, para que
cristalicen las relaciones en la forma que orientamos nuestras expectativas,
para tener seguridad total de obtener esto o aquello en todos los ámbitos.
Nuestra
época, con las facilidades que brinda el desarrollo tecnológico, ha llevado a
una extensión del “complejo de Panacea”, a ilusionarse con medios capaces de
solucionarlo todo, a perder capacidad de aceptar límites y reconocer la
necesidad de asumir complejidades y diferencias. Cada vez cuesta más asumir que
no hay un camino único para dar estabilidad a las parejas, una sola fórmula
para asimilar toda clase de estudios, remedios universales para la
deshonestidad, el tedio, la capacidad de meditar o tener plenitud sexual. Todo
parecería depender de encontrar un botón, una fórmula química, un gurú, una
cierta cantidad de dinero y “todo asegurado”, sin frustraciones ni fracasos.
Al
situarnos en el área de las discusiones sobre política de salud, Panacea está
muy presenta, siempre dispuesta a ocupar un primer plano. Hay, evidentemente,
una crisis en salud en Chile y en todas partes. Existe un gran descontento por
la calidad de la atención médica, ello a pesar de que han aumentado
significativamente las inversiones en el sector público, a múltiples
iniciativas para mejorar la gestión, al peso político que se le dio al área de
salud, a la mantención del espíritu de servicio, con precarias condiciones
económicas, de la mayor parte de los funcionarios. No obstante todo ello, hay
malestar, no existe una buena imagen pública.
En eses terreno, se dan las condiciones para
que se active el “complejo” y surgan panaceas compartidas, fórmulas simples, de
supuesta eficacia en todo lugar, en procesos de “mejorar” la salud. Una de
ellas, tal vez la más socorrida, es la panacea de la privatización, tal como
ocurre frente al os problemas de Codelco, se proyecta la gran fantasía de
confiar las empresas de salud del sector público a intereses particulares. Se
supone que “todo cambiará” si el Estado cede el máximo de espacios posibles a
la empresa privada en el área de la salud.
Como
siempre, Panacea seduce desde la inclinación a uniformar, a repetir, sin repara
en diferencias, en contextos, en sentidos últimos. Es aparentemente sencillo,
si la fruta expande sus exportaciones, durante un período, en base a la creatividad
empresarial, por que no emplear esa misma lógica en salud, aunque las
relaciones con la comunidad, en el trabajo de equipo, en la vinculación
profesional – paciente, no sean similares a las que se dan entre los kivis, los
abonos y la publicidad.
La
frialdad economicista con que las Isapres han encarado la atención a la tercera
edad, la salud mental y, muchas veces, la propia dignidad de los médicos ha
quitado crédito a esta panacea, la ha desinflado.
Muchas
parecen abrir los ojos a la importancia de mantener un sector social en la
salud que contribuya a recuperar una ética de solidaridad y servicio.
El
espíritu de Panacea, la exigencia de soluciones absolutas, totalizantes, no se
queda tranquila, si no es la privatización, hay que incorporar la médula del
ámbito empresarial, la gestión ¿Quién podría discutirlo?. La gestión es parte
importante de toda acción de salud. Si, es parte de ella, e importante. Ocurre
que, euforia totalizante mediante, todo se vuelve gestión, operaciones de
gestión, racionalidad de la gestión. Así, desde la economía, a partir de la
administración o, incluso, la computación, se empieza a querer orientar todo el
quehacer y el sentido del trabajo en salud.
Panacea
se viste de eficiencia, de costo beneficio, para invitar a comunicarse en
profundidad con el fin de contar con buenos “productos”, a adentrarse en el
“espíritu” para asegura un mejor uso de los recuso económicos. Se confunden los
planos, se pierde la especificidad de los valores, el terreno del desarrollo
humano.
Ahora
que la moda dicta la hegemonía cultural de la gestión, cabría preguntarse como
gestionar una relación adecuada entre el conjunto de los dioses y aquellos que
están más identificados con el campo de la salud, entre la sabiduría de Atenea,
el amor a la vida de Apolo, los aportes al como vivir de Higia y la imperiosa
exigencia de Panacea de instrumentos omniscientes, infalibles.
De
las enseñanzas de Atenea y Apolo podría venir un asumir tanto las
potencialidades como los límites humanos, el enfoque antropológico que da un
cierto lugar, que respeta la técnica, a sabiendas que no agotan la complejidad,
el desafío de lo que es el ser humano.
En
este camino, Higia toma de la mano a su hermana, la temperamental, la exaltada,
la seductora Panacea, señalándole la necesidad de discriminar del desarrollo
personal, de la higiene profunda que puede permitir mira con perspectiva
histórica las modas contingentes, contribuyendo a encauzar la energía de
Panacea, más allá de la obsesión por el remedio único para todos los males,
hacia el analizar la experiencia de períodos anteriores, hacia entender las
dimensiones espirituales, éticas y psicosociales de los problemas de la salud,
respetando su diversidad, la diferencia de planos, haciendo que Panacea integre
a la salud y a la cultura, una visión ecológica, saludable de poder.
Referencias
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