Lo
Cotidiano y lo Universal 59
Alicia , Antonio y sus amigos en El País
de lo Poético
La Filosofía y la Poesía,
dos hermanas, leen alternadamente
el capitulo Pensamiento y poesía
libro Filosofía y Poesía ,de
la filósofa
española María Zambrano.
Segunda parte
¿Qué raíz tienen en nosotros
pensamiento y poesía? No queremos de momento definirlas, sino hallar la
necesidad, la extrema necesidad que vienen a colmar las dos formas de la palabra.
¿A qué amor menesteroso vienen a dar satisfacción? ¿Y cuál de las dos
necesidades es la más profunda, la nacida en zonas más hondas de la vida
humana? ¿Cuál la más imprescindible?
Si el pensamiento nació de
la admiración solamente, según nos dicen textos venerables, no se explica con
facilidad que fuera tan prontamente a plasmarse en forma de filosofía sistemática;
ni tampoco haya sido una de sus mejores virtudes la de la abstracción, esa
idealidad conseguida en la mirada, sí, más un género de mirada que ha dejado de
ver las cosas. Porque la admiración que nos produce la generosa existencia de
la vida en torno nuestro no permite tan rápido desprendimiento de las múltiples
maravillas que la suscitan, y al igual que la vida, esta
admiración es infinita, insaciable y no quiere decretar su propia muerte.
Pero, encontramos en otro
texto venerable -más venerable por su triple aureola de la filosofía, la poesía
y... la "revelación"-, otra raíz de donde nace la filosofía: se trata del pasaje del
libro VII de La República, en que Platón presenta el "mito de la
caverna". La fuerza que origina la filosofía allí es la violencia. Y ahora
ya, sí, admiración y violencia juntas como fuerzas contrarias que no se
destruyen, nos explican ese primer momento filosófico en el que encontramos ya
una dualidad y, tal vez, el conflicto originario de la filosofía: el ser
primeramente pasmo extático ante las cosas y el violentarse en seguida para
liberarse de ellas. Diríase que el pensamiento no toma la cosa que ante sí
tiene más que como pretexto y que su primitivo pasmo se ve en seguida negado y
quién sabe si traicionado, por esta prisa de lanzarse a otras regiones, que le
hacen romper su naciente éxtasis. La filosofía es un éxtasis fracasado por un
desgarramiento. ¿Qué fuerza es ésa que la desgarra? ¿Por qué la violencia, la
prisa, el ímpetu de desprendimiento?
Y así vemos ya más
claramente la condición de la filosofía: admiración, sí, pasmo ante lo inmediato,
para arrancarse violentamente de ello y lanzarse a otra cosa, a una cosa que
hay que buscar y perseguir, que no se nos da, que no regala su presencia. Y
aquí empieza ya el afanoso camino, el esfuerzo metódico por esta captura de
algo que no tenemos, y necesitamos tener, con tanto rigor, que nos hace
arrancarnos de aquello que tenemos ya sin haberlo perseguido.
Con esto solamente sin
señalar por el momento cuál sea el origen y significación de la violencia, ya
es suficiente para que ciertos seres de aquellos que quedaron prendidos en la
admiración originaria, en el primitivo zaumasein no se resignen ante el
nuevo giro, no acepten el camino de la violencia. Algunos de los que sintieron
su vida suspendida, su vista enredada en la hoja o en el agua, no pudieron
pasar al segundo momento en que la violencia interior hace cerrar los ojos
buscando otra hoja y otra agua más verdadera. No, no todos fueron por el camino
de la verdad trabajosa y quedaron aferrados a lo presente e inmediato, a lo que
regala su presencia y dona su figura, a lo que tiembla de tan cercano; ellos no
sintieron violencia alguna o quizá no sintieron esta forma de violencia, no se
lanzaron a buscar el trasunto ideal, ni se dispusieron a subir con esfuerzo el
camino que lleva del simple encuentro con lo inmediato hasta aquello permanente,
idéntico, Idea. Fieles a las cosas, fieles a su primitiva admiración extática,
no se decidieron jamás a desgarrarla; no pudieron, porque la cosa misma se
había fijado ya en ellos, estaba impresa en su interior. Lo que el filósofo
perseguía lo tenía ya dentro de sí en cierto modo, el poeta; de cierto modo,
sí, de qué diferente manera.
¿Cuál era esta diferente
manera de tener ya la cosa, que hacía justamente que no pudiera nacer la
violencia filosófica? ¿y que sí producía por el contrario, un género especial
de desasosiego y una plenitud inquietante, casi aterradora? ¿Cuál era este
poseer dulce e inquieto que calma y no basta? Sabemos que se llamó poesía y
¿quien sabe si algún otro nombre borrado? Y desde entonces el mundo se
dividiera, surcado por dos caminos. El camino de la filosofía, en el que el
filósofo impulsado por el violento amor a lo que buscaba abandonó la superficie
del mundo, la generosa inmediatez de la vida, basando su ulterior posesión
total, en una primera renuncia. El ascetismo había sido descubierto como
instrumento de este género de saber ambicioso. La vida, las cosas, serían
exprimidas de una manera implacable; casi cruel. El pasmo primero será
convertido en persistente interrogación; la inquisición del intelecto ha
comenzado su propio martirio y también el de la vida.
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