Escribe
Moira Brnsic
EL ARTE DE VIVIR
Moira Brnčić
Isaza
22 Noviembre 2014
Lo que escribiré esta noche, pido al lector no lo considere un acto de
arrogancia sino de humildad pues
el arte de vivir es muy personal y no quisiera darle lecciones a nadie. Pienso
que cada uno tiene una experiencia trascendente respecto a este tema, y muy
respetable por cierto.
El 25 de julio en 2011 murió mi madre muy temprano
por la mañana. A las cuatro de la
tarde falleció el padre de mi hija. No puedo dejar de pensar que de pronto una
época entera se disolvía en la
invisibilidad de lo desconocido y que nuestras revoluciones, la mía personal y
las sociales desde que fui dirigente estudiantil además del sufrimiento de la dictadura, quedaba sin dos
protagonistas claves en mi vida. Ya había padecido en 1973, la de mi padre. Sin
duda que el 25 de julio era una fecha de coincidencias desde ser el cumpleaños
de nuestro papá que cayó abatido por los golpes en la cabeza de soldados
emplazados en el Pedagógico y el matrimonio de mi hija que lo escogió como
fecha emblemática en honor a su abuelo muchos años más tarde.
Recuerdo que, con profundo dolor, pude
reinterpretar los mensajes de mi madre en pleno responso brindándonos risas y
asombro a la concurrencia. La
muerte es parte de nuestra
vida y la había conocido a muy temprana edad, no es vetusta, ni engolada, es. A
mi mamá, el día
de su funeral se le había ocurrido, muy graciosa, con toda tu simpatía y carácter
cuando el sacerdote le hacía el responso, apagar y
encender las luces de la capilla del Cementerio General durante unos minutos
para poner después en acoplamiento, los micrófonos de tal forma que las voces
se diluían y volvían dejándonos a todos con la boca abierta sin poder escuchar
nada. La concurrencia que no esperaba que esto pasara, entre las luces y
sombras se quedó en silencio, luego comenzó a reír y todos dijimos de acuerdo:
"¡Es la Gaby!" oración y clamor que resonó en la capilla, más los
comentarios: "Sólo a ella se le puede ocurrir, con su personalidad, abrirnos
el paso a una dimensión con el guiño de la muerte, para que no le
temamos". Le di las gracias por ello y por su vida a nuestro lado.
Las
existencias no están exentas de confrontaciones aunque nos amemos mucho ni de
sufrimientos compartidos con nobleza, o sorpresas, misterios y asombros. Esto
lo aprendí muy pequeña, a los cuatro años donde el resultado fue querer
compartir con el otro sus vicisitudes como mis cosas. Aprendí a escuchar y
observar, tengo recuerdos preciosos de esa época. Siempre rescaté durante toda
la vida los recuerdos maravillados, los eventos de comprensión mutua, las alegrías
y risas de la convivencia, la creatividad familiar, colectiva y la mía propia
con la que descubría mundos. Al mismo tiempo pruebas familiares desgarradoras.
Ratos difíciles,
dolores, penas y sinsabores, fuera de enfrentarlos a su debido tiempo para
superarlos respetando el proceso de vivirlos, no me han atrapado en su
negatividad. Tengo una visión surrealista de ellos mientras busco soluciones
creativas lo que me ha hecho sanamente, ver otra dimensión de las
circunstancias vitales que está oculta tras pena, risa y sonrisa.
Además me
gusta percibir el proceso en que estamos inmersos, los esfuerzos por cambiar,
la sensibilidad que está en juego en él y la valentía con que los seres humanos
buscan superar sus problemáticas vitales. El proceso trae consigo un
aprendizaje inmenso. Y sin duda, cuando estamos conscientes de su transcurrir
los resultados son felices.
Ahora que
puedo morir en cualquier momento por Mielodisplasia, debido a plaquetas que
bajan su producción así como los glóbulos rojos y blancos en la médula, he
hecho un trato con ella muy tierno: conversar todos los días con sus células.
Quizás esa sea la razón de estar aquí todavía sobrepasando la estadística y acompañando a mi familia, amigos y
amigas. Aunque ellos me acompañan más bien. La enfermedad idiopática me obliga
a transfundirme dos veces a la semana, me provoca infecciones sucesivas muy
complejas que me llevan a hospitalizarme diez, quince días y me provocan
anemia. Tengo la esperanza con el nuevo medicamento experimental revertir esta
situación, pero éste cuesta muy caro: $634.990, dura quince días y por ello
vendo mis libros para reunir los fondos pertinentes. Para quien desee ayudarme
puede escribirme a campanarioazul@yahoo.es.
He sido terapeuta junguiano y
gestáltico por más de 40 años y educadora. Me siento bien de haber compartido
tanto con infinidad de personas diferentes, plena de vínculos y cariños
múltiples. Siento, aunque no pueda caminar como antes, - lo hago muy lentamente
recién hace dos días- mis piernas
correr por ayudar al prójimo en su soledad, en su confusión, en su desdicha.
Paso cada dos días por el Hospital “Alejandro del Río”, más conocido como la
Posta Central en avenida Portugal y veo a diez o doce entre mujeres y hombres,
de diferentes edades, durmiendo en
la vereda a veces levantándose, lavándose en la calle y me bajaría a arreglar esto mientras voy hacia el
Banco de Sangre de la Universidad Católica donde tienen que transfundirme.
Entonces me digo, “si esas ganas de ayudar las tienes todavía es que estás
viva”.
La muerte
nos convierte, en el imaginario colectivo, en una contradicción. “No soy
ninguna “santa” y espero no serlo después. Durante estos últimos meses he
estado a punto de partir 3 veces, la última fue una baja de plaquetas que me
produjo un moretón en el tronco encefálico, pero como estamos hablando del ARTE
DE VIVIR, regresé a compartir las cosas buenas que tiene la vida para enseñar:
La Amistad y el Amor, el circuito de Cuidados que debemos éticamente, generar
para ellos.
Morir parece fácil,
aparentemente. Vivir y Morir es
complejo. Ambos conceptos son unidad. Se nos reclama haber adquirido sabiduría
para ello. Una tarea que nos demanda tolerancia. Trabajo. Desapego.
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