Miguel
Ángel San Martín
Diario
Crónica Chillán
Viernes,
15 de marzo de 2013
Confieso
que siento una admiración especial por los mexicanos y su pueblo. Admiración por la simpatía y sinceridad
de su gente, por la capacidad de mantener sus culturas y tradiciones, por saber
construir cercos protectores a su
Historia, tan rica y consecuente.
Sin embargo, en este momento tan especial para
Latinoamérica, quiero destacar en estas cortas líneas públicas el aspecto que
más admiro del pueblo mexicano y sus autoridades, que es su enorme y generosa
capacidad solidaria.
Esta mañana serán entregados los murales de la
admiración, los murales de David Alfaro Siqueiros y Xabier Guerrero. Entregados
tras una nueva restauración, realizada por un equipo de artistas ejemplar,
dignos hijos de aquel pueblo, que encabeza Renato Robert.
Esos murales, realizados en los duros momentos
en que nuestro Chillán comenzaba a lamer sus heridas producto del terremoto de
1939, fueron hechos con la pericia y el talento de los virtuosos pintores ya
citados, pero con los impulsos de los corazones de todos los mexicanos. Porque
si bien Siqueiros vino a una suerte de exilio, él lo escogió como el gesto solidario de su pueblo hacia
los chilenos sufrientes por los caprichos de la naturaleza.
Esto significa que la obra es un canto a la
rebeldía de los pueblos latinoamericanos, pintada con los colores del
sentimiento, con el calor de los afectos compartidos entre chilenos y
mexicanos. Es una historia en colores que se encuentra en un lugar preciso, con
nombre preciso: Escuela México, y con un guión que envuelve la fraternidad de
hermanos que se estrechan en un canto a la libertad.
Los Murales de Siqueiros y de Guerrero han
pasado del nivel de las obras de arte al símbolo imperecedero de la amistad.
Terminados los trabajos de restauración por
mantención, sólo meses después, vino el terremoto de febrero del 2010…Nuestras
lágrimas esa misma noche del 27 F (¿recuerda señor Alcalde?) fueron nuestra
reacción al ver el hueco de la escalera, con la obra de Guerrero desparramada
en guijarros por los peldaños.
Las llamadas trémulas a las autoridades contándoles la tragedia. Y las
otras llamadas al México de siempre, con respuestas categóricas y contundentes:
¡volveremos allá y restauraremos otra vez!.
Decisión, rabia, gesto y solidaridad. Todo ha andado durante dieciséis
meses hasta hoy, que de nuevo se iluminan los techos de la Escuela México.
¿Y
cómo podemos agradecer tamaña acción generosa?.
Creo que la mejor forma de expresar agradecimiento es abrir las puertas
de la Escuela, programar visitas a los murales y explicar a nuestro pueblo el
sentido de la obra de aquellos genios mexicanos que nos dieron lecciones de
solidaridad. ¡Que ningún chillanejo o forastero se quede sin conocerlos!
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