Conversando desde la Amistad(119)
HUIDOBRO O LA IMAGINACIÓN AL PODER
Quiero empezar con algunos recuerdos personales asociados a Huidobro, al ser humano
nacido en 1893 y fallecido al despuntar el año 48. La verdad sea dicha, sólo lo
ví, de niño-adolescente, en tres ocasiones. Era amigo de mi padre, seguramente
no muy cercano, por ser mayor y de un origen familiar muy distinto. Él,
descendiente de ricos hacendados, heredero de un título de marqués, dueño de la
Viña Santa Rita. Mi padre, hijo de inmigrantes arrancados de las persecuciones
a los judíos en la Rusia de los zares.
Daniel, un gran conversador, prestigioso
abogado, comensal infaltable de todos los fines de semana en mi casa, tenía una
anécdota de Huidobro, muchas veces repetida en las sobremesas, fijada para mí
como un recuerdo infantil imborrable, anterior a toda lectura y al conocimiento
directo del vate. Daniel estaba desterrado en París, al fin de los convulsionados años veinte.
Un día, lo aborda Vicente Huidobro, pidiéndole un consejo jurídico sobre su
situación conyugal. Casado, con dos hijos, con Manuela Portales, se ha fugado a
París con su nuevo amor. Ximena Amunátegui, de 17 años. El poeta indaga caminos
legales, se pregunta sobre la forma de encarar las mortales amenazas de los
hermanos Amunátegui, da vueltas a su fantasía de casarse con el rito musulmán.
Daniel, profesional estudioso, de información meticulosa ,precisa, le da los
datos pertinentes con gran orden y detalle. Pasan algunas semanas y Huidobro y
nuestro amigo abogado se encuentran de nuevo ¿Cómo te fue? El poeta, sin
vacilar, cuenta de una entrevista suya con el más grande tratadista francés, un
ser inaccesible fuera de los asuntos de grandes alcances financieras o de
conmoción pública, y recita lo que el mismo Daniel le había comunicado, ante la
escucha resignada de este último, sabedor de la fantasía del poeta. Es mi
primera asociación, simplemente en orden de antigüedad. Huidobro mitómano… pero
mentiroso ingenuo, gratuito, quizás incontenible.
Después, serían mis 12 años, un veraneo en El Tabo. Huidobro, en
Cartagena, le propone a mis padres un encuentro a caballo, partiendo de las
casas respectivas, para hacer una especie de combate ecuestre. Participa,
entusiasta, Santiago Ontañòn, un escenógrafo español. De alguna manera aparecen
los caballos, pero no se da ninguna batalla ,más allá de un enfrentarse a un
asado en la playa. No tengo noción de lo conversado, pero, sí, recuerdo como
todos escuchaban a Huidobro, con regocijo, con embeleso, con seducción.
Luego, un almuerzo en mi casa en Santiago. Se hacia mención, ante mi
solfa, de que Huidobro traería el teléfono de Hitler. Yo tendría, supongo, 14
años, ya habíamos desfilado por la caída de Berlín a manos del ejército rojo.
Huidobro no habló de la guerra. Estaba enervado por la formación de su hijo
Vladimir. Ximena lo había dejado. Su compañera, el tercer amor importante, era
Raquel Señoret. El poeta vino sólo y nos habló, animadamente. sobre su
laicisismo y la lucha que estaba dando para asegurar que Vladimir pudiera no asistir
a las clases de religión.
Esa visita debe haberse realizado el año 45,
después me tocó ver a Huidobro en casa de un tío abuelo amigo de escritores.
Mucha gente, todos adultos, yo sentado en una punta de mesa sin escuchar nada,
sintiendo, a lo lejos, como Huidobro monopolizaba la palabra y la atención.
Después, la noticia de la muerte. Carlos, un escritor amigo de mi padre, narró
cómo fue la ceremonia del entierro. Habló del “pobre Vicente” “que fue a quedar
allí”. Para mí, quejándose de la injusta suerte de un poeta afamado en Europa y
en la vanguardia mundial, sepultado en la modesta Cartagena de Chile. Es a
principio del 48, Neruda está de actualidad. Pregunto a Carlos qué ha dicho
Neruda. No sabe, pero le ha escuchado decir al poeta de Isla Negra “Huidobro es
un poeta extraordinario, pero como persona es nefasto”.
Pasan los años, será por allí por el 66, con el
poeta Alberto Rubio vamos a ver la tumba del gran creador en Cartagena. “Abre
la tumba al fondo de esta tumba se ve el mar”. Por allí hay un niño abstraído,
jugando con unas bolitas de cristal. Le preguntó si sabe quien está enterrado
bajo esa lápida. Contesta con toda naturalidad “es un buzo”.
Un buzo, un buceador en las posibilidades
humanas, inquieto, libre, enamorado de sí mismo, repetidas veces en el primer
amor, definitivamente el amor de su madre, enemigo del conformismo, de la
medianía, fantasioso, genial, comunista y niñito bien, formado en los jesuitas
y come frailes, candidato a la Presidencia de Chile y despreciador de lo chileno,
amigo de la invención pura y admirador de la ciencia. Sobre todo, un
imaginativo, un abridor de horizontes, un aparente “pequeño dios”, en el fondo
susceptible, sensible, tremendo comunicador de emociones.
Si queremos ubicar a Huidobro en una tipología
humana, debemos subrayar aquello que es más constitutivo, más propio, menos susceptible
de ser encontrado en otros. Era inteligente, susceptible, sensible, pero, sin
duda, lo especial fue su inventiva. La imaginación conducente al arte de
escribir y… a un cierto arte de vivir acelerado, sin respiro, siempre en
permanente propuesta de innovación en la inventiva. El continuo buscar,
adelantándose al mayo del 68, la llegada de la imaginación al poder. Un gran
poder de la imaginación, acompañado de una increíble seguridad y confianza de
sí. Su capacidad y audacia lo convirtieron, en sus primeros veinte, en un
vanguardista reconocido en Francia y España.
A los 32 años la Federación de Estudiantes lo
proclama candidato a la presidencia.
Cultivó, sobresalió, en el poema en verso y en
prosa, escribiendo en español y en francés, en la novela, el teatro, el guión
de Cine, el ensayo, en la inventiva y en grandes amistades con celebridades
mundiales.
Mereció el Nobel y no alcanzó, siquiera, el
Premio Nacional. Es que murió joven. Es que vivió de prisa…Recién se lo está
reconociendo. Recién admitió su propia sensibilidad profunda en sus últimos
años.
Su imaginación no llegó al poder. No se realizó
su colonia utópica en Angola. No prosperó el proyecto de hacer una crianza de
ruiseñores, no logró deshacer la imagen de sus adversarios como Neruda o de
Rokha, o de quienes subestimó como Gabriela Mistral, García Lorca o los
surrealistas. No pudo retener a la bella y postergada Ximena. No fue Presidente
de Chile. No logró “encender en el sol sus últimos cigarros”, no fue mago ni
dio a luz en el poema la más enana de las rosas silvestres del jardín. No fue
un Dios ni grande (como le habría gustado ser) ni pequeño (como reconoció
corresponderle a los poetas). Sin embargo, no fue anti poeta. Fue Altazor, el
ser humano digno, finito, embriagado de lo que su rival Neruda llamara “la
tentativa del hombre infinito”. Fue un poco Adán, el primer ser humano en
muchas búsquedas. Fue uno de los grandes puntuales del gran litoral de los
poetas, del océano del mundo entero donde nació el ser humano, la vida y la
poesía, por eso su gran oleaje, su condición de buzo explorador del futuro, su
aporte, sin saberlo, a una imaginación que no pretenda simplemente llegar al
poder sino desarrollar el poder de mejorar la vida.
LW(1997)
No hay comentarios:
Publicar un comentario