Conversando desde la Amistad (88)
El encuentro de la Muerte con la Poesía
Escribe
IRIS LEAL desde Pucón.
MUERTE
VIVA
¿Muerte,
muerte, has venido a develar lo bello?
Muerte
de mis entrañas obscuras y de mis poemas claros, llévate lo que debes. Llévame
por la tierra húmeda al manantial de los astros. Llévame si debe mi cuerpo
hacerse gránulo para donar lo que pueda. Recoge lo que he podido ser y
repártelo aunque deba ello doler, doler luego de lo humano.
Llévate
a mis hijos, si son ellos suspiros para el pobre que no sabe de amor. A mi
amado si es esa su labor fecunda dentro de lo desalmado. Muerte, no te temo, no
temo a que por ti pasen los seres, pues para ello te vistes de negro y por ello
el sol se hace rey de lo cierto, luz.
Muerte,
toma el brebaje de mis días y el elixir de mis noches. Toma en tu mano fría el
azul de mis pocas muertes que tuve temblando de miedo. El hielo de mi aliento
agonizante cuando sentí clavar la daga dentro de mi carne magra. Toma todo lo
que sonreí por favor, tómalo que es tuyo. Toma también lo que vi, lo que vi
dentro de los sufridos y en el fondo de los buenos. Toma mi reflejo en el lago
calmo, bébelo. Toma muerte, toma el sorbo que he sido y perdona. Perdona por
traerte la canasta roída por el diezmo inútil del propio engaño, dando sin dar,
conociendo sin sentir, pensando sin pensar, orando sin escuchar.
Muerte,
una vez te besé los labios celestes, te besé y te dije en tono suave que no
podía amarte, que no. Otra vez muerte te besé los labios azulosos y te miré fijo
en tus ojos violeta, te miré con enamoramiento, pero el enamoramiento pasa como
el día sobre la mariposa. Te susurré en tu surco y te dejé una semilla de
ilusión para crecer a la luz de la luna.
Muerte,
te he reconocido sobre los rostros de los míos, te vi buscando a mi hijo y te
grité, te grité con tanto desconcierto que me miraste y me dijiste esperanza.
No quise escucharte, pues el niño debe ser sonrosado y fresco en mi humana
sangre. Me fui muerte con mi retoño en brazos y corrí de ti, corrí al fondo del
bosque sin entenderte. Una madre había perdida de su sueño, con los brazos
vacíos sujetaba lo arrancado y su rostro era pálido, riguroso y desesperado.
Sus gemidos rasgaban la piel y sangraba sobre la tierra, charco de penas, pozo
de lágrimas solitarias. La miré y vio a mi hijo dormido junto a mi pecho. Me
echó iracunda de su lecho y mientras huía iban mis ruegos cayendo.
Pero
sucede la noche fielmente hasta llegar al día. Sucede el agua profunda en donde
uno sumerge y el aire es solo otra esfera que surge de la boca quieta. El oído
escucha en un fluir de sensaciones como si fueran cantos, un movimiento que se
oye en cristales blandos, lucientes voces recitan cual ángeles albos.
Entonces
muerte, muerte, muerte, eres la única que se bordó en mis destinos como cierta,
llena de coraje, pues me dijiste desde el comienzo que yo moriría, que todo y
todos moriríamos luego del nacimiento. Clavada en mi cuerpo como estigma que
resuena, como misterio abierto en la cima del monte sagrado en donde el cielo
se abre subterráneo y lo trascendente enciende al universo. Muere, muere
muerte, muere conmigo.
Muera a la hora justa el santo, el cruel, el niño y
muera el anciano, muera rodeado de flores perfumadas y llantos blancos como la
ilusión y la nieve, como el real canto. Muera por haber visto la vida y vivido
la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario